CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (3ºPARTE)

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#losangelestienennombre

PODCAST – CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (3ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Fer

LECTURA – CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (1ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Fer

A veces no adelantarle a alguien lo que va a vivir es importante porque no sabes si es tu propio contexto o su experiencia será igual. Tras la experiencia de las rutinas iniciales en una mañana de hospital oncológico quise no contar demasiado a mi sustituto de guardias porque a veces adelantarse a la información no es bueno. Soy Rocio Bracero y continúo leyendo la tercera parte del cuarto capítulo de los Ángeles tienen nombre. La gestión del miedo.

 

CAPÍTULO 4.

“Cuando sabes lo que es vivir aislado”. 

Gestión del miedo.  

Aún no tenía portacath, el PIC me impedía cambiarle sola de ropa. Llamé a enfermería, no quería molestar.. Me daba la sensación de que podía valerme sola. Que boba, me salvaban la vida. Entraron en la habitación, les dije si podían venir ayudarme a cambiar a Samu. Imagino que vieron mi cara de caos, cansancio y terror, también están acostumbradas. Y vinieron rápidamente dos personas. Me ayudaron a quitarle la ropa. Me dijeron que le diese un baño, y así poder quitarle del cuerpo, los restos de pegatina que tenía de su primera vía en Puerta de Hierro, las pegatinas de los electros, de las ecografías, del quirófano. Restos de pegamento negro por todo su cuerpo.

Fuí hasta la ducha. Como era lógico él no quería. Saqué fuerzas de donde no las había, los dos necesitábamos tiempo para acostumbrarnos a otras rutinas. Estas duchas no eran como los baños que les dáis a vuestros bebés, con agua calentita, juguetes y espuma en casa. Para luego darles un masaje con crema y carantoñas y risas, vamos los mismos que yo le daba hasta hace poco. Esos baños en los que sacas el móvil para hacerles fotos y luego enviarlas a los abuelos. Aquí batallas entre que les flaquean las fuerzas en las piernas por la pérdida de masa muscular, el agua fría que tarda en templar. Intentar no mojar las vías centrales y los cables. Lavarles el pelo haciendo malabares, y quitarles con cariño los restos de pegamento del cuerpo en una piel que la quimioterapia empieza a debilitar.

Poner la toalla. De nuevo cogerle a pulso llevarle a la cama y vestirle. Ese primer baño fue impactante para mi. Ya no bañaría nunca más a mi bebé. 

 

El momento del baño era estresante. Cuando salí de la ducha, las enfermeras me habían hecho mi cama y la de él, no tenían porqué, pero me ayudaron a sobrellevar esa horrible mañana de rutinas que me superaban. Le puse un pijama nuevo. Que no era de hospital. Le peiné. Le senté en su cama a ver los dibujos y tomar un zumo. Recogí la habitación. Todo estaba limpio. Ordenado. Colocado. Me dejé caer sobre el butacón azul al lado de su cama. Miré a la pared y vi el calendario que había colgado el día antes con lo que serían nuestras nuevas rutinas. Lo cogí, lo rompí y lo tiré. Todo estaba limpio y ordenado. Todo menos yo. El miedo entró de nuevo en mi cabeza.

 

Tras ese caos de mañana por fin llegó el, mi marido. El defensa de mi equipo. Con una sonrisa. Un café y un bocadillo para mi. Se encontró una habitación ordenada. A Samu ya sin llantos, duchado, aseado, con uno de los pijamas de casa y no de hospital puesto, la habitación perfecta. El sol entrando por la ventana, como si nada hubiese pasado. Sin ser aún consciente de lo que es una noche de hospital y una mañana de rutinas hospitalarias. Y no me sentí con fuerzas de contárselo. Ya le avisaría cuando le tocase descubrirlas. Me vio y mientras besaba y abrazaba a su hijo le dije que me iba a  la sala de padres a tomarme el café y a desayunar. Esa rutina no la marcaban las enfermeras, pero yo la iba a incluir como indispensable en mi calendario. Necesitaba evadirme. Allí les dejé, charlando y abrazándose, totalmente anexos a mis sentimientos.

Me fuí a la sala de padres. La sala de padres es un lugar con una nevera común, una cafetera, un microondas y un baño con ducha para poder asearte, comer, calentarte comida o guardar cosas. Con una mesa y unas sillas e incluso juguetes de niños.

Allí me senté, sola. Le dí un sorbo al café y las lágrimas empezaron a caer sin control por mi rostro. Había sido demasiado. El cansancio se unió al miedo para hacer una bomba explosiva. Estar en un hospital 72 horas seguidas escuchando y viendo lo que escuchas y ves. Sin entender aún nada, sin saber nada de verdad, es realmente demoledor. Mis esfuerzos por encontrar un orden en el caos se vieron frustrados y no sabía por dónde seguir construyendo. Necesitaba llorar y gritar. Y si algo tenía claro es que Samuel no podía verlo. Mami no podía tener miedo y caer, porque si no el resto de mi equipo caería. Me desahogué, tomé mi café y me dediqué unos minutos de silencio y soledad. Esa soledad que se mareaba por mis pensamientos. Aproveché a ducharme y asearme. Me cambié de ropa y volví con mi marido y mi hijo.

Empezamos una conversación normal. ¿Qué tal habéis dormido? ¿cómo está la niña? ¿Qué tal fue el colegio? ¿qué estáis cenando en casa?…. Samu empezó a jugar en la cama con sus juguetes.. yo necesitaba información para ir organizando mi vida y la de mi familia. Y cogería las riendas.

 

Le pedí a mi marido que saliese por la planta a pasear con Samuel y a jugar a la sala de juegos. Se pusieron la mascarilla para salir de la habitación. Ese elemento que hoy en día nos resulta muy familiar a todos pero que en aquel momento era desconocido para nosotros. Samuel no tardó en acostumbrarse. Salieron de la habitación y allí me quedé de nuevo sola.

Ordené aquella repisa bajo la ventana. Puse allí un espacio para juguetes, otro para medicinas, cremas y utensilios de aseo. Los pijamas de repuesto también los dejé allí colocados, ya me di cuenta que era mejor tenerlos a mano. Cuencos para el vómito. En la mesa que portaba su bandeja, esa que ya os conté hace mucho que serviría de cocina. Fue usada por fin. Guarde vasos y platos de plástico, tenedores, servilletas, galletas, y algunos alimentos para picar entre horas, que no necesitaban de nevera.

Conseguí una nevera pequeña en la habitación donde empecé a guardar los tupper de las abuelas. Samu, debido al corticoide no comía bien la comida del hospital, y además tenía antojos y un hambre voraz e incontrolable. Así que organicé a las abuelas, que estaban deseosas de ayudarme, y por fin les di una tarea. Les llamé y organicé los menús de toda la semana para mi hijo, mi marido y mi hija. Así yo tendría una preocupación menos.

Organice mi ropa, el baño para facilitarme el acceso con el porta sueros y marqué el nuevo calendario. Ya lo tenía claro. La rutina de noche estaba clara y las alarmas configuradas. La mañana también. Despertarse, pesarse, desayunar, aseo, cambio de sábanas, recoger y luego ya estaría lista yo para mi aseo personal y mi desayuno. Ya iría rellenando el resto del calendario en otro momento.

 

 

Me crucé al otro lado, a la sala de juegos y empezamos a hacer puzzles, pintar, dibujar y tomar conciencia de nuevo que esto era así, una montaña rusa de emociones y de inicios. Lo más importante era no conocer un mal final.

Hoy es igual, el miedo va y viene con los nuevos acontecimientos y cuando crees que has organizado tu vida de nuevo se destruye y vuelves a construir mientras gestionas las emociones que te llevan al pánico.

 

(Próxima semana siguiente entrega. Las anteriores en este blog www.rociobracero.com. Si te resulta más cómodo suscríbete a mi newsletter y te llegará al mail cada viernes…. o puedes seguirme en mis rrss, instagram, facebook y twitter donde publico las entregas. Y no lo olvides cada día sale el sol para darte una nueva oportunidad para empezar. )

 

“Cada momento suma más que el anterior”

ROCÍO BRACERO

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