CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

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PODCAST – CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Mateo”

LECTURA – CAPÍTULO 4. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Mateo

Los arranques siempre son difíciles, cambios de costumbres, nuevas rutinas y quehaceres a la vez que reconoces tus emociones, no es fácil. Si esto te toca hacerlo en una planta de oncología pediátrica, el camino además de ser cuesta arriba, esta lleno de pinchos. Soy Rocío Bracero y continúo leyendo la segunda parte del cuarto capítulo de los Ángeles tienen nombre. Gestión del miedo.

 

CAPÍTULO 4.

“Cuando sabes lo que es vivir aislado”. 

Gestión del miedo. ( Marzo 2020. Publicado en RRSS). 

Entraron las enfermeras a la habitación. Mi mirada, a oscuras en esa habitación, mirando a las luces de Madrid y su caos, ya no eran protagonistas de mis pensamientos. No había tomado la temperatura a mi hijo. No estaba apuntado en el papel de esa pizarra de muestras. No había puesto a Samuel hacer pis para contar los ml de orina y apuntarlos. Tenía un nuevo trabajo y no estaba cumpliendo con él. Un rapapolvo de la enfermera de noche y salí de mi nube. Y empecé con mis funciones. Quise ponerle en su cuña de varón a orinar, como bien me explicaron las enfermeras, para no despertarle y levantarle de la cama, pero era imposible, se negaba. Tenía solo tres años. hacía muy poco tiempo que le había quitado el pañal, y aún hacía pipi sentado en un water, sin ser capaz de hacerlo de pie porque no llegaba. Así que me costó mucho que confiase en mí. Tuve que levantarle y ponerle en el water, con la cuña de mujer debajo y de ahí pasarla a la de varón para medir los ml. Y así cada 2 horas en la noche. Temperatura y ml. Eso cuando entre medias de esas 2 horas no pitaba la bomba porque había acabado alguna medicación, se había obstruido el cable ¡o yo qué sé! pero odiaba esa bomba.

 

Muy delicadamente entraban siempre las enfermeras y con mucho cariño para no despertarnos. Samu llegó a no hacerlo con el tiempo, a mi me resultaba imposible. Recordaba las noches de lactancia como un privilegio comparado con aquellas noches. 

 

Esa cama plegable y pequeña, que me salvaba la vida y la espalda al tumbarme aunque tan solo fueran 2 o 3 horas seguidas en el día, con mi almohada, que ya me la había traído mi marido, eran un lujo. Recuerdo el frío que traspasaba por esa cinta americana y el calor. Recuerdo poner mantas y mantas a Samuel encima. Además él estaba luchando contra un cáncer. Uno de los síntomas era que sudaba mucho cuando dormía, llegaba a empapar la cama. Le llegaba a cambiar 2 y 3 veces de pijama por las noches. Intentaba noche tras noche convencerle de hacer pis en la cuña, pero era imposible y llevarle al baño cada dos horas no era fácil. El no quería andar, le tenía que llevar en brazos, a la par que empujaba el portasueros con la otra mano. Una vez que conseguía mover todos los muebles de la habitación para sacar el portasueros, le cogía en brazos, llegaba hasta el baño. Me revolvía, con él en brazos a pulso, para conseguir colocar la cuña en el baño, meter el portasueros para que no tirase del cable de su vía central, sentarle, hacer pis, levantarle, subirle el pantalón, volver a cogerle a pulso, empujar el portasueros, tumbarle en la cama, mover de nuevo los muebles, colocar el porta sueros y taparle. 

 

 

De ahí media los ml de orina, limpiaba la cuña, lo anotaba, le tomaba la temperatura, lo anotaba. Y me intentaba volver a dormir, sin antes ponerme el gel hidroalcóholico en las manos. Y así cada dos horas. Empezó la fase de las alarmas, porque a veces, del propio agotamiento me dormía, y si no expulsaba medicación sería peor.

Esa era mi rutina de noche. Como para acordarme de mi vida anterior. Y a eso le tenía que unir que en esa fase de construir una nueva vida la gestión del miedo protagoniza siempre cada una de nuestras fases en la vida. Luchas contra tu propia cabeza. Cada información que te dan. Cada información de tus oncólogos. Observamos cada reacción de las enfermeras, como cuando estás en un avión y hay turbulencias y lo primero que haces es mirar la cara de las azafatas para intentar leer el desastre más absoluto en su mirada. El miedo hizo que viese mi primera debilidad, esa que no había descubierto en mi primera charla con la psicóloga. El miedo a la misma realidad que estaba viviendo allí.

Cada vez que no conseguía dormir, miraba por esa ventana. Esa era mi única conexión con el mundo real. Ese que me conectaba con aquella vida que pudimos tener y no teníamos. La vida antes del cáncer de un hijo. Eso mismo pasa ahora, el anhelo de esa vida antes del COVID. Y miraba sin parar, intentaba ver qué pensaba la gente que se dirige rápido a sus trabajos, o se abrazaban en la calle. Yo pensaba que no valoran lo que tienen. Nos separa una ventana y no saben lo que estoy viviendo aquí dentro. Me di cuenta de la fragilidad de la vida. De que construir esta nueva realidad no sería la primera ni la última que lo haría. Nos tocaría construir muchas a lo largo de mi vida. Y no me equivoqué, hoy con el covid construimos otra. Y allí sin darme cuenta, de pie, mirando a la nada y embelesada en mis pensamientos que me permitían construir me pasaban las noches gestionando el miedo a no saber que iba a pasar. A estar perdida en esta lucha de la que yo tenía las riendas. Y esos pensamientos siempre se veían interrumpidos por el personal sanitario. 

 

¡Dios mío! la ventana había cambiado de escenario. No era oscuro, ya salía el sol por el horizonte de mi ventana. Y el cambio de turno se escuchaba. La oscuridad de la planta de noche cambiaba por pasillos iluminados, voces que ya no susurraban en el puesto de enfermeros, movimiento por los pasillos, primeros llantos en las habitaciones, y los ojos de samuel amaneciendo. Una enfermera entra en habitación:

 

  • ¿Buenos días sábanas?
  • Dije que sí, pero no entendía nada. Yo me había hecho un calendario un par de noches antes de rutinas. Y no había puesto nada de sábanas. ¿Ahora qué tenía que hacer con esas sábanas?.

Sé que parece fácil de entender, pero yo tenía algo nublada  la mente. De repente entra otra enfermera que no desayune aún ¿le has pesado?

  • No lo siento, no le he pesado, no he visto el peso.
  • No cariño el peso está fuera, ven acompáñame.

¡Dios mío qué velocidad llevaba la enfermera! yo iba entrando en las rutinas hospitalarias a marchas forzadas. Los días previos estuve tan rodeada por el diagnóstico, que no había entrado en dinámica, y ahora era ya un niño más de  la planta de oncología, estábamos en tratamiento por leucemia. Seguí a la enfermera como pude. Con Samu en un brazo y el portasueros arrastrándolo en otro. Un palo largo del que colgaba su suero y su medicación con ruedas. Recorrí esa planta circular. Le bajé, sé pesó y de nuevo a mi habitación.

Tras ese despertar tan logístico que entorpecia mi construcción de la realidad. Vi que traían el desayuno para Samu y para mi. Mi cama estaba abierta… yo estaba en pijama. No me había lavado la cara. Samu sudado y despeinado. La habitación revuelta. Las cuñas sin limpiar, el desayuno sobre la mesa plegable me vi rodeada de un caos que no había contemplado en mi calendario de nueva vida. Ese que escribí para saber qué hacer, para construir nuestra nueva vida. Ese calendario que hoy ponemos a nuestros hijos en la nevera, en estos meses de confinamiento, entre deberes, clases online, tablas de ejercicios, manualidades, entre las tareas, de cocinar, planchar, limpiar y que nos vuelven locos a todos. Yo me vi en ese caos más absoluto. Con ganas de gritar y llorar. Mi vida estaba patas arriba. No sabía por dónde empezar a construir, las nuevas rutinas hospitalarias, que serían las que marcarían mi día a día, me atropellaban sin darme un respiro. Y en todo ese caos mental de repente mi hijo empezó a vomitar. Las náuseas aparecían en mi vida. Todo ese orden pasó a un séptimo lugar. Le limpié. Le cambié. Le di uso a esas sábanas que me habían traído a primera hora. Entró una enfermera, le puso medicación para cortar las náuseas. Y mientras el miedo se apoderaba de mí intenté continuar con la vida. Él se encontraba mejor. Puse los dibujos, por aquello de oír risas, y canciones… le puse el desayuno, y mientras él iba comiendo y mirando la tv, empecé a ordenar la habitación, así mi mente se ordenaría. 

 

(Próxima semana siguiente entrega. Las anteriores en este blog www.rociobracero.com. Si te resulta más cómodo suscríbete a mi newsletter y te llegará al mail cada viernes…. o puedes seguirme en mis rrss, instagram, facebook y twitter donde publico las entregas. Y no lo olvides cada día sale el sol para darte una nueva oportunidad para empezar. )

 

“Cada momento suma más que el anterior”

ROCÍO BRACERO

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