CAPÍTULO 3. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

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los ángeles tienen nombre

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PODCAST – CAPÍTULO 3. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Rafael”

LECTURA – CAPÍTULO 3. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (2ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Rafael

La importancia de estar todos juntos. De compartir. La energía de la unión. La fuerza que da estarlo. Es como si una telaraña mágica uniera nuestras fuerzas y nuestros corazones y nos hiciese invencibles. Eso me pasa a mi cuando miro a mis hijos y mi marido. Genero una fuerza sobrehumana y se que soy capaz de todo, de construir un mundo nuevo para ellos. Soy Rocio Bracero y continúo con la segunda parte del tercer capitulo de Los Ángeles tienen nombre.

CAPÍTULO 3.

“Cuando sabes lo que es vivir aislado”. 

Construir. 

Aún no tenía nada allí. Miré a mi alrededor y tan sólo tenía el cargador del móvil, y alguna cosa de aseo que me habían traído. Quise sentarme a acariciar a mi hijo y entraron las enfermeras. Era imposible desconectar, tenía que hacerme a la idea. Traémos un zumo, tiene que empezar a tolerar. Y puede comer si digiere el líquido. Tendría que dejar el descanso para otro momento. Yo soy de las que necesita encajar las cosas en mi armario mental. Ir colocando lo que sucede para poder avanzar. Mi orden en la vida es también un orden mental que me permite descansar. Pero allí era difícil. Mucha información nueva que me generaba ansiedad y me hacía dejar trastos mentales en mi cabeza desorganizados. Imagino que encontraré el momento.

Empecé poco a poco. Como era de esperar, él quería beberlo todo de golpe. Estaba alterado, tenía hambre. Era buena señal, pero no podía ser, las normas habían cambiado. Y me encontré en ese momento en el que tenía que encontrar otra vía de diálogo con mi hijo. Otra relación. Tenía que empezar a construir nuestra nueva vida. Así que empezaría poco a poco, sin presionarme. La situación era nueva para todos. Ya no valía el trato establecido de madre e hijo que teníamos. Está claro que los límites tenían que seguir existiendo, eso también lo aprendería poco a poco. En ese momento le habría bajado la luna a sus pies en un segundo si lo hubiese pedido. Pero aprenderíamos de nuevo a ser madre e hijo. A querernos y respetarnos. Encontraríamos nuevos límites. Estábamos construyendo nuestro nuevo cordón umbilical de nuevo. Ese que nos haría invencibles para ganar muchas batallas. Y contra todo pronóstico hacernos una única persona. 

 

Hoy todo de lo que me hablan los enfermeros y los médicos me resulta sencillo, en aquel momento era latín. Así que ahí estaba dejando mi cabeza sin orden e intentando cumplir con lo que me decían.

Aún no hizo ninguna pregunta. Él seguía muy callado. Observando todo. Aún no había estado tranquilo en la habitación. Pruebas médicas, gente, caras diferentes, todo el mundo le hablaba… era demasiado para él.

Había conseguido que comiese y bebiese y llegó su hermana. Entró a la habitación con su padre. Le enseñamos a ponerse gel hidroalcohólico. ¡Madre mía! hasta sabañones le llegarían a salir. Fue una imagen totalmente contraria a la que viví cuando tres años antes entró a la habitación del hospital, también de la mano de su padre, pero a conocer a su hermano, ese recién nacido que acababa de nacer, y aunque aún no sabíamos que nos cambiaría la vida a todos. Un ángel en nuestras vidas.

 

En aquel momento, el de hace tres años, el del nacimiento, se emocionó y lloró, siempre ha sido una niña muy sensible. Pero rápidamente quiso cogerle, acariciarle, besarle, cantarle, y la felicidad inundó la habitación. Esta vez no fue así. Volvía a ser espectadora de una situación vital en la vida de un niño. Ella entró, con voz suave, aterrada y expectante: “Hola Samu” ¿cómo estás?.. sin acercarse a la cama, queriendo estar allí, pero sin querer estar. Detrás su padre con esas lágrimas contenidas. Yo sin saber si abrazarla a ella o a él, triste de vernos allí, pero feliz a la vez de estar por fin los cuatro juntos. Y él, Samu, sonrió, por fin sonrió en 48 horas. Sonrió a su hermana. Feliz de verle allí. ¡Por fin!. Una sonrisa de un ángel que nos hizo sonreír a todos. Ya estaba, la mayor lección del mundo, nos acababa de dar, la mejor lección del mundo. Una sonrisa. Ahora se encontraba bien. Y si no se encontraba bien lo parecía. Y estaba con su hermana querida. Su ejemplo a seguir. Todos juntos. Se sintió seguro en casa. Nos hizo disfrutar del momento. Ya estaba, él sólo, de un plumazo me había dado la clave para empezar a construir de nuevo la nueva realidad de mi familia. VIVE EL MOMENTO.

 

Empecemos a construir desde ahí. Nos relajó a todos. Y por primera vez, con su lengua de trapo, Samu le explicó a su hermana cada cable que tenía, lo que le dolía, lo que no… a ella sí se lo explicó. Y empezamos a conversar ahí, en esa habitación que iba cogiendo la calidez de un hogar. El menos deseado, pero un hogar.

Un rato después teníamos que hablar con ella. Teníamos que salir de esa burbuja creada de ese clímax que embrujaba. Había que enfrentarse a la realidad.  La abuela Loli entró en la habitación, era el momento perfecto. Venía con un juguete. Un camión enorme. Un juguete nada apropiado para un espacio tan pequeño. El más grande que pudo encontrar en las cercanías del hospital. Así es ella. A él se le iluminó la cara. Y entonces cogí a mi hija por los hombros y le invité acompañarnos.

Allí, enfrente de la habitación, en la sala de juegos, en esa en la que 48 horas antes la oncóloga nos había hablado de probabilidades de vida o muerte, en esa mesa y sillas infantiles nos sentamos con ella. 

En la misma posición que estuvimos con la psicóloga, ella en una silla, y frente a ella nosotros. A su altura. Sin saber muy bien el discurso. Pero sabiendo que había que hacerlo. 

Y empecé hablando yo. Casi como si no nos conociéramos de nada. El terror se apoderaba de lo que podía pasar allí. Pero ellos, los niños, son tan increíbles. 

  • Cariño ¿recuerdas los bebés pelones que trajo Papá Noel estas navidades? 

– si, mami!

– recuerdas ¿qué enfermedad te explique que tenían?

– cáncer, mami!

– es lo que tiene Samu.

 

Y empezaron las preguntas.

– ¿Se va a quedar calvo?

– quizá sí, es probable

– ¿le duele mami?

– hay cosas que sí, y cosas que no, pero es muy valiente y tendremos que serlo todos. Rocío, hija, es una enfermedad de la sangre.

-¿es contagioso? ¿cómo lo ha cogido? ¿en el cole?

– no hija, no es culpa de nadie, es mala suerte. Es como si en un bombo pusiéramos muchas canicas negras y una roja. Y el que sacase la roja, que es muy difícil sacarla, tuviese esta enfermedad. Eso ha pasado. Traté de explicarle, de manera infantil, en qué consistía. Le dije que les leería un cuento a los dos para que entendiesen que son las células buenas y malas y cómo va a luchar el medicamento que le van a poner. Y llegó la pregunta.

-¿mamá es grave? ¿se va a morir?

– vamos a luchar mucho juntos para que no sea así.

 

Tras esa dura y poco infantil conversación le abracé. Le pedí disculpas anticipadas por los errores, que seguro iba a cometer. Mamá y papá pasarían menos tiempo en casa. Haríamos lo posible por intentar que no cambiasen sus rutinas, pero había cosas que cambiarían, y tendríamos que resignarnos. Tendríamos que luchar juntos. Ella asintió. Aún estaba asimilando, como su padre, mientras yo ya estaba construyendo. Poco a poco iríamos resolviendo preguntas.

Volvimos a la habitación. Pasamos una tarde maravillosa los cuatro juntos. Incluso Samu se incorporó y jugó un rato. Paseamos por esa planta circular. Descubrí en aquella tarde que la planta era circular. Por lo menos ya no me perdería por la planta. Íbamos viendo los dibujos de las paredes. Cogimos una moto con porta sueros. Y esa planta circular fue de repente el mejor parque de juegos.

Llegó el momento de las rutinas y nueva normalidad familiar. Había que despedirse. Papá y Rocío tendrían que irse a casa, a bañarse, cenar y dormir para ir al cole. Rocío aún no lo sabía pero dormiría durante mucho tiempo en la cama de papá y mamá, eso le encantaría. Y nosotros, el guerrero y yo, nos quedábamos allí. En otra casa, entre bombas y olores diferentes. Masticando un nuevo hogar. Nos abrazamos y nos despedimos.

 

Samuel cenó la comida que le trajeron los abuelos y yo me tomé una coca-cola y un sandwich, no me entraba ni un bocado de otra cosa. Estaba cansado. Apagué las luces. Cerró los ojos. Y se durmió. Estuve varios minutos mirándole. Con esa cara de ángel. Relajado. No lo entendía. Maldije el mundo. No se lo merecía. No era justo. Empecé a llorar de rabia, de impotencia. Me levanté. Respiré. Y me propuse de verdad construir. Si la vida quería jugármela no le iba a dejar.

Cogí un papel y un boli. Hice un calendario. Marqué nuevas rutinas. Las hospitalarias, las iba a ir descubriendo. Serían las que marcarían mi vida pero eso tampoco lo sabía aún. Una nueva normalidad. Y haría de allí la mejor estancia. Lo más feliz posible.

En otro papel hice una lista para mi marido. Necesitaba ropa. Quería pijamas de Samu, suyos, propios, no los del hospital, juguetes, fotografías, cartulinas, témperas, rotuladores,… iba a decorar la habitación. Había que construir. Y lo primero era construir un hogar. Y una energía buena, positiva, nuestra. Y lo iba hacer. Así me lo pedía el cuerpo. Iba a construir una nueva rutina y un nuevo espacio. Y todo desde la construcción positiva.

Hoy es igual. Debemos construir una nueva normalidad. El COVID nos giró el rumbo. Giremos con él.

 

(Próxima semana siguiente entrega. Las anteriores en este blog www.rociobracero.com. Si te resulta más cómodo suscríbete a mi newsletter y te llegará al mail cada viernes…. o puedes seguirme en mis rrss, instagram, facebook y twitter donde publico las entregas. Y no lo olvides cada día sale el sol para darte una nueva oportunidad para empezar. )

 

“Cada momento suma más que el anterior”

ROCÍO BRACERO

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