CAPÍTULO 2. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (1ºPARTE)

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PODCAST – CAPÍTULO 2. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (1ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Javier Casero”

LECTURA – CAPÍTULO 2. CUANDO SABES LO QUE ES VIVIR AISLADO. LOS ÁNGELES TIENEN NOMBRE (1ºPARTE)

Dedicado a un ángel: “Javier Casero”

Cuando tu única opción es sobrevivir sabes que sólo puedes mirar de frente y sobrellevar la vida tal y como viene, si además el que te mira es un ángel te armas de fuerza y valor para que sus alas no las abra. Me presento, soy Rocio Bracero, la mamá de un ángel, Samuel, y hoy comienzo a leeros la primera parte del Capítulo 2. Cuando sabes lo que es vivir aislado. Los ángeles tienen nombre.

CAPÍTULO 2.

“Cuando sabes lo que es vivir aislado”. 

Asimilación. (Marzo 2020. Publicado en RRSS). 

Llegan whatsapp de planes para hacer con los niños. Instagram se llena de retos para hacer deporte en casa, ideas de menús diarios y ofertas de series o libros. Me tranquiliza. Poco a poco vamos viendo la gravedad de la situación. En mi casa somos cuatro. Aún no nos había dado tiempo a normalizar la vida sin aislamiento. Aún no habíamos quitado la costumbre de lavar las manos y quitarnos los sabañones y heridas para no contagiar a Samu, nuestro pequeño guerrero con leucemia. Hoy me preguntó: ¿mami volvemos a estar aislados? ¿ahora todo el mundo tiene cáncer? ¿El coronavirus es cáncer?. Mi hija vuelve a estar con la paranoia de que si ella coge algo su hermano sufrirá más de lo debido. Y nosotros, mi marido y yo, nos hemos puesto una copa de vino en la terraza, nuestro lugar de escape de nuestro conocido y anterior aislamiento, mucho mejor que una habitación de hospital, y hemos pensado, por lo menos ahora no está tumbado en el sofá vomitando o con dolores insoportables. 

Lo más difícil de un aislamiento es sin duda gestionar el miedo. Pero también escuchamos a la gente empezar a valorar las cosas comunes del día a día; ir a la compra con normalidad, seguro que ya no suenan tantos claxon en las puertas del colegio en las recogidas, y seguro que durante un tiempo la gente será  más empática con los demás cuando la vida vuelva a la normalidad, o por lo menos eso deseo. Por desgracia el COVID 19 le cambiará a muchos la vida, como el maldito cáncer nos la cambió a nosotros. A esas familias, sólo puedo decirles que en el arduo camino de la lucha, si se supera, hará que le des a la vida el tan increíble  valor que tiene, y no sé como ni porque llegaréis a ser más felices.

Tras una experiencia como esta muchos valorarán el día a día, los pequeños momentos, que son los realmente importantes. Y los que no lo hagan con una crisis sanitaria como está, es que poco podremos hacer por ellos.

Aprovechad para cuidaros, cuidar a los vuestros, cuidar a los demás. Si en algún momento te estás planteando llevarte un carro lleno de carne en el supermercado, antes piensa, mejor que quizá a tu vecino le falte, y deja algún paquete más en el mostrador. Si te planteas salir a la calle, piensa bien antes a quien puedes perjudicar, si hoy das gracias a los sanitarios, médicos y enfermeros, que se la juegan por todos nosotros, acuérdate mañana de ellos también cuando desbordados por otra cosa te digan que esperes que están atendiendo una emergencia o recuerda cuando van con retraso que intentan atender bien siempre a todos, no solo cuando hay una emergencia sanitaria.

Hoy acordémonos de que este aislamiento nuevo para muchos y conocido para otros, es una lección de vida para bien. Para frenar el frenético mundo y demostrarnos que todos estamos en lista de espera. De todo lo malo se sacan visiones positivas.

Feliz aislamiento.

Como siempre mi humilde opinión.

“Hoy viviré mi aislamiento con una sonrisa porque hoy aún estamos bien”

 

Me subí a una ambulancia. Mi hijo llevaba puesta su vía en su bracito de tres años. Me miraba fijamente, una mirada entre el terror de un niño que está en una habitación oscura sin mami, y la de un adulto que confía en que le des una buena noticia. En cuestión de días su mirada había cambiado. Era el primer momento, desde la noticia fatídica de su leucemia, que mi marido y yo nos separábamos para cuidar cada uno, de uno de nuestros hijos. Me subí, como decía, a esa ambulancia que me llevaría al Hospital Universitario de la Paz de Madrid. Mi marido tendría que buscar un coche, que no supe y que nunca recordaré dónde lo aparqué, para llegar hasta allí sola, tras el mazazo. Mi hija supongo que estaba a buen recaudo, él lo había organizado, pero mi mente no era capaz de linkar esas dos informaciones. Me subí a la ambulancia y le pregunté al conductor su nombre. Nunca lo olvidaré, Paco, me llamo Paco. Yo convertiría ese camino, del Hospital Puerta de Hierro hasta La Paz en la primera gran aventura de mi hijo. 

  • ¡Vamos Paco pon la sirena!.. ¿la escuchas Samu? ¿vamos en una ambulancia?…. hicimos el camino con sirenas, canciones, y cuentos… tardamos minutos, pocos, creo que no dejé de hablar en ningún instante. Él me miraba, pero no reía. Cualquier niño de tres años se hubiera reído, pero él no lo hacía. Me miraba, claro que sí, se le intuía una sonrisa, pero no tenía energía. Yo lo sabía. Se apagaba.

 

Llegue al hospital de La Paz. No sé por donde entré, pasillos y pasillos. Era como si volase. Rellene formularios, ingresos, papeles, respondí preguntas, pase por admisiones, pero nunca jamás podré recordar como lo hice. Nunca sería capaz de reconocer esos pasillos, ni el recorrido, ni las caras. Solo le veía a él, a mi ángel.

No sé cómo, ni en qué momento, y creo que él tampoco lo sabe, apareció mi marido, allí por un pasillo, desencajado, corriendo, buscándonos, como si llegase tarde, como si la vida de nuestro hijo fuese cuestión de segundos. Y llegó. Estábamos los tres recorriendo pasillos. Nos hablaban doctores diferentes, enfermeros, enfermeras, nos movían celadores. Y llegamos a una habitación. Lo que aún no sabíamos es que ese lugar sería un hogar para nosotros.

Una habitación con una ventana que daba al intenso tráfico que circulaba tras las cuatro grandes torres de Madrid. Una ventana que dejaba pasar el frío intenso de las noches de primavera, y el desmesurado calor de mayo cuando quería apretar. Para aislarlo había cinta americana plateada. Tuve que averiguar con los cambios de tiempo para qué servían esos trozos de cinta americana. Intentos de familias y sanitarios por aislar las frías y calurosas noches de hospital. 

Una ventana que sería durante mucho tiempo mi única visión al mundo exterior. Pero eso, aún, tampoco lo sabía. Junto a la ventana, justo debajo de una especie de pollete, que serviría de armario, reposa medicinas, guarda juguetes, y muchos más enseres del que iba a ser nuestro nuevo hogar se escondía una cama de unos 70cm de ancho y alrededor de 1,80 de largo, plegable, que sería nuestra cama, nuestro dormitorio, y la cama que serviría de siesta a mi hija muchos y muchos fines de semana. Con un colchón de plástico y sábanas blancas de hospital, cuyo olor nunca olvidaré, una mezcla de lejía y jabón, con una textura fría y firme. Ahora parece incómoda, pero cuando llega la noche, después de un intenso día de pruebas recorriendo pasillos y pasillos, sin sentarse ni un segundo en una silla porque has estado horas sosteniendo la cabeza de tu hijo mientras vomita, o su mano para que no le duela y consolarle. Tras comer haciendo equilibrios, el día que comías para sobrevivir. Tumbarte en esa cama era un verdadero paraíso.

Tras esa cama plegada había una mesa, con una bandeja plegable, que en nuestro caso no se sostenía bien y que cuando abríamos para darle de comer a nuestro hijo sujetábamos con la barra protectora de su cama para que no se cayese. Y debajo un pequeño armario que nos serviría para guardar algo de comida, servilletas, vasos de plástico y ser una pequeña despensa, un mueble que haría las funciones de cocina.

Al lado de ese mueble de cocina, la cama de Samu. No sabría decir la medida con exactitud pero unos 80 cm de ancho por 1,60 cm de largo, con barras protectoras a los lados, y un mando para poder modular su altura y reclinarla. Al principio no le hizo mucho caso, pero luego la manejaría a la perfección. Justo a continuación su porta suero. De él colgaría siempre su suero, sus quimioterapias, sus bolsas de sangre y plaquetas, además de sus calmantes.

Ya casi sin espacio un butacón azul. Asiento de papá, de mamá, de su hermana o el suyo propio si algún día quería salir de la cama. El butacón azul. Ese que sustenta muchas penas y lamentaciones. Un butacón que ha escuchado, seguro, las súplicas de muchos padres. 

La de medio cabezadas que dabas en ese butacón azul, derrotado a veces por la incansable lucha. A los pies de su cama, nuestra mesa de comedor. Plegable a la pared, que abríamos y cerrábamos según llegaban las bandejas de su comida. Y justo encima una Tv y una videoconsola que jamás utilizó. Al lado una pizarra. Con un termómetro encima, que nos servirá para controlar la temperatura tres veces al día. Y un bolígrafo para ir apuntando la temperatura, para conocimiento de las enfermeras, y los ml de orina que había que cumplir para no medicarlo y saber que expulsaba la medicación. Además de controlar el PH.

Toda la habitación estaba decorada con dibujos, ya desgastados, y pegatinas de otros pacientes infantiles. Aún no lo sabíamos tampoco, pero la dejaríamos preciosa.

Una puertecita con un baño. Con una pila, una ducha, un WC, la palangana y una cuña, que también tiene su propia historia. Elementos a los que nos iríamos acostumbrando.

Justo a la entrada el gel hidroalcohólico y la puerta que nos separaba de la planta. Del resto de pacientes oncológicos que podrían escribir muchas más líneas como estas, y muy expertos en estas fases de aislamiento. 

Justo enfrente teníamos una salita de juegos para los peques.

Así sería nuestra nueva casa de 6m2 por muchos días. Allí luchamos la peor de nuestras batallas. Allí aprendimos demasiadas lecciones. En esas cuatro paredes se esconden las historias de muchas familias y sus hijos, con finales muy distintos. Ahí empezó la vida de nuestro aislamiento.

 

Muchos, adultos y pequeños. Escriben la suya, la de este coronavirus en otras habitaciones, en residencias, en casas, pero al final es un espacio donde aprender a luchar, cuando es la búsqueda de la salud lo que está en juego.

 

(Próxima semana siguiente entrega. Las anteriores en este blog www.rociobracero.com. Si te resulta más cómodo suscríbete a mi newsletter y te llegará al mail cada viernes…. o puedes seguirme en mis rrss, instagram, facebook y twitter donde publico las entregas. Y no lo olvides cada día sale el sol para darte una nueva oportunidad para empezar. )

 

“Cada momento suma más que el anterior”

ROCÍO BRACERO

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